¿Dónde está el límite entre lo que quieren nuestros hijos y lo que queremos los padres para ellos? ¿Lo mejor para él es lo que tú crees o lo que él desea? José Carlos Arroyo, orientador filosófico, te orienta sobre este tema.
¿Qué es el apego?
Si afirmara que «los padres no queremos que nuestros hijos estén bien», se me replicaría, muy probablemente, que el que no está bien soy yo.
Pues no sólo lo afirmo, sino que me reafirmo. Nosotros, los padres o los futuros padres, no queremos que nuestros hijos estén bien. Y estoy convencido de ello, porque lo que nos pasa realmente es que necesitamos que lo estén. Si sólo lo deseáramos, entonces no lo necesitaríamos, pero como lo necesitamos, entonces esta necesidad que tenemos con nuestros hijos nos hace ser dependientes de ellos y creer que ellos lo son de nosotros. He ahí el ‘apego’.
Después, esa necesidad general se descompone en muchas más necesidades particulares y cotidinas como, por ejemplo, que nuestro hijo sea inteligente, que sea buena persona, que sea disciplinado, que se comporte bien, que tenga una buena pareja, buenos amigos, etcétera. Necesidades que intentamos que formen parte de su vida y que, por tanto, conformen su identidad.
Los peligros del apego en exceso
Así pues, si un niño padece esta consecuencia del apego excesivo, lo que está generando es una identidad impuesta por sus padres. Si se rebela ante esas necesidades cotidianas y no las satisface, entonces sus padres sufren. Si un hijo ve sufrir a sus padres y considera que no se lo merecen, entonces intentará satisfacer esas necesidades de sus progenitores yendo contra sí mismo. Es decir, anulando su auténtica identidad.
O lo que es lo mismo, anularíamos su identidad porque le estaríamos imponiendo que sea lo que a nosotros, como padres, nos parece que es lo mejor para él.
Si, por el contrario, se rebela, entonces ese hijo estará educando a sus padres para que entiendan y comprendan que su vida y sus necesidades son suyas. Otra cosa es que les pida ayuda para satisfacerlas. En este caso, el apego sí es saludable porque es empático.
En otras palabras: cualquier necesidad es buena, muy buena, pues activa nuestra motivación. La complicación viene cuando ésa es nuestra necesidad y no la de nuestros hijos. Quizá mi hijo no tenga la necesidad de jugar muy bien al fútbol, por ejemplo, o de bailar perfectamente las sevillanas. Quizá esa necesidad no sea de mi hijo, sino mía.
Por tanto, hay una gran diferencia entre necesitar y desear. Tomar distancia es, pues, crucial para interpretar de forma correcta cuáles son sus necesidades ya que, de lo contrario, el desear que estén bien se convierte en una necesidad.
Además, la distancia es esencial, puesto que, si nos motivamos mucho para que estén bien a nuestra manera, llegaremos, probablemente, a obtener un mal resultado por una simple ocupación de su espacio físico, emocional y mental.
¿Por qué nos sentimos culpables?
La complicación viene también porque es razonable y lógico que todo lo que hacemos por ellos nos parezca que es lo mejor por su bien. Por eso tenemos el sentimiento de culpa cuando algo no sale como deseamos. De ahí que nos convenga mucho aclarar si nuestras acciones están orientadas hacia lograr nuestros propios objetivos, deseos, expectativas y necesidades o, si bien, están orientadas a cubrir las suyas. Esta distinción nos permitirá tomar conciencia de por qué en muchas ocasiones nuestras ideas no son las mismas que las de ellos.
Como padres, estamos obligados a cubrir ciertas necesidades de nuestros hijos, pero no todas. Si se las satisfacemos todas, le facilitaremos que desarrollen un criterio mediocre o, incluso, que no lo desarrollen.
Resumiendo, mantener un fuerte apego hacia nuestros hijos puede confundir sus necesidades con las nuestras, creando con ello una confusión emocional, comunicativa y educacional, que no nos beneficia a nadie porque anula su preciada identidad. Si eso ocurre, entonces, cuando sean adultos, verán normales ciertas conductas y actitudes de los que les rodean.
¿Vas a permitir que tu hijo no sea capaz de decidir por él mismo? ¿Permitirás que abusen mental y emocionalmente de él? ¿Impedirás que tenga criterio y espíritu crítico? ¿Facilitarás que tu hijo se convierta en una marioneta? ¿Vas a impedir que tu hijo no sea lo que realmente quiera ser?